No más comunicadores para comunicadores,
y más
comunicadores para la sociedad.
En la edad media, las noticias se conocían por los mensajeros, trovadores
que viajaban de pueblo en pueblo cantando sus noticias a los pobladores en las
plazas. A través de canciones empezó la
labor periodística, y tenía que ser así, porque era la única forma en la que se
podía trasmitir las ideas a hombres iletrados. Tenían que ser canciones, por su
fácil recordación y porque sólo a través de la melodía se podían trasmitir con
poca variación o tergiversación las palabras de un lugar a otro.
En el siglo XX, con el auge tecnológico, la tecnología ocupó el lugar
de las canciones, dando lugar a la imprenta, luego a los computadores y a la
internet; ahora abundan los mensajes de texto, las tiras de periódicos impresas
en serie y distribuidas por el mundo, o simplemente ideas que atraviesan
fronteras gracias a la inmensidad de la red.
Con la facilidad de la escritura y posterior difusión, hemos sido
bombardeados con información desde todos los puntos hasta la saturación.
Se esperaría que entre esta abundancia, sean los comunicadores -no
solo periodistas- quienes intervengan, analicen y selecciones con el fin de
permitir la creación de una opinión pública, no para crear consensos, sino para
crear debate y voluntad de acción.
Pero no es de los periodistas, mucho de ellos esclavos de los medios y
sus reglas económico - políticas de las que quiero hacer hincapié; es de los
profesionales de la comunicación, esos que escriben para generar opinión
pública; es para los especializados, los teóricos, es sobre ellos.
Son ellos el foco de esta crítica por un asunto, que ante mis ojos
resulta paradójico, en donde los comunicadores escriben para comunicar pero no
lo hacen. Ocurre que muchos comunicadores
especializados, de esos que han estudiado, leído y analizado por años, llenos
de conceptos e ideas profundas, escriben textos para comunicar, pero sus ideas
no son entendidas fácilmente. No se
trata de que no escriban bien, se trata del uso indiscriminado de términos
pesados, necesarios y precisos pero poco 'afables' (amables, cómo diría mi
profesora de gramática en la universidad: Alba Lucía Bustamante) con el lector.
No me refiero que los textos deban realizarse con los mismos términos
de siempre, o que deban eliminarse gran parte de la abundancia del lenguaje
español; pero si sería bueno replantearse quién es el verdadero foco y objetivo
de nuestro mensaje. Si somos
comunicadores, si nuestra labor es comunicar, en últimas nuestro objetivo es
trasmitir un mensaje con el menor 'ruido' posible; hacer que nuestro lector
entienda lo suficiente nuestro escrito como para hablar de él, compártalo o no.
Los comunicadores deberíamos evitar hacer exactamente lo que he venido
haciendo (he de reconocer que yo misma he caído en esto), escribir haciendo uso
de la riqueza que la lectura me ha dado sin pensar en las personas que me
leerán,... ¿Para quién escribo?... debería ser la primera pregunta que
deberíamos hacernos. Y ese para quién,
debería ser la persona del común. Dejemos
los comunicadores de escribirles a otros comunicadores y escribámosles a los no
lectores que es la sociedad mayoritaria y quienes en verdad necesitan de
nuestras ideas.
Los comunicadores actuales deberíamos devolvernos al tiempo de los
trovadores, buscar la forma más atractiva y fácil de difundir nuestras críticas
para competir con la invasión de contenido, muchas veces vano y sin profundidad
que atrae y cosifica (vuelve cosa) a las personas. Empecemos por ahí, con la misma suavidad de un
Reality show, para que
luego ellos mismos, cambien el canal por sí mismos para acercarse a los
términos especializados que tanto nos gustan a los que hemos pasado años
estudiando para ser comunicadores.
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