domingo, 5 de mayo de 2013

El español afable



“El español afable”
Nicolás Polo Figueroa


El español Afable es un libro que recopila el trabajo realizado bajo la campaña que lleva el mismo nombre. Este libro expone sus ideas por medio de conversaciones entre varios personajes, Cándida –una estudiante-, Alma-una profesora de gramática-, el Leguleyo, el Lingüista, el autor y el Magister

El punto central del libro y de la campaña es orientar e incentivar  a estudiantes y directivos a elaborar textos claros, precisos, coherentes y concisos, para que la comunicación sea “feliz” o afable.

Claro: Que el texto sea de fácil comprensión
Preciso: Usar las palabras exactas.
Coherente: Que los hechos estén conectados entre sí.
Conciso: Directo al punto. Suprimir las palabras innecesarias.

Entre las sugerencias que proponen para lograr este fin, el libro apunta a mantener siembre la organización sujeto-verbo-predicado, y a evitar el exceso de conectores o palabras innecesarias, al igual que jergas y comodines para dirigirse a un público general. Sobre todo propone evitar las frases largas, por medio del correcto uso de los signos de puntuación.

Para el autor del libro, lo primero que debe hacer el escritor es identificar su posible interlocutor. Seguidamente debe proceder a escribir, no para sí mismo, sino para el lector. Cumplir con las expectativas y deseos de quien lee y llevarlo de la mano de lo conocido a lo desconocido.

Estos son puntos en los que- según los personajes del libro- los estudiantes se equivocan con frecuencia. Lo que dificulta la comunicación. No solo por parte del estudiante sino de los maestros de igual forma “fallamos como docentes porque no somos lo suficiente mente humildes para adecuar nuestro saber al nivel de comprensión del alumno” dice el Magister, uno de los personajes mencionados en el libro.

Con todo esto, la campaña del “español afable” lucha por el cumplimiento de su lema “el arte uso del lenguaje de ser tal que la audiencia comprenda y actué a partir de una lectura sencilla” 






No más comunicadores para comunicadores, y más comunicadores para la sociedad.


No más comunicadores para comunicadores,
 y más comunicadores para la sociedad.

En la edad media, las noticias se conocían por los mensajeros, trovadores que viajaban de pueblo en pueblo cantando sus noticias a los pobladores en las plazas.  A través de canciones empezó la labor periodística, y tenía que ser así, porque era la única forma en la que se podía trasmitir las ideas a hombres iletrados. Tenían que ser canciones, por su fácil recordación y porque sólo a través de la melodía se podían trasmitir con poca variación o tergiversación las palabras de un lugar a otro.

En el siglo XX, con el auge tecnológico, la tecnología ocupó el lugar de las canciones, dando lugar a la imprenta, luego a los computadores y a la internet; ahora abundan los mensajes de texto, las tiras de periódicos impresas en serie y distribuidas por el mundo, o simplemente ideas que atraviesan fronteras gracias a la inmensidad de la red.


Con la facilidad de la escritura y posterior difusión, hemos sido bombardeados con información desde todos los puntos hasta la saturación.

Se esperaría que entre esta abundancia, sean los comunicadores -no solo periodistas- quienes intervengan, analicen y selecciones con el fin de permitir la creación de una opinión pública, no para crear consensos, sino para crear debate y voluntad de acción.

Pero no es de los periodistas, mucho de ellos esclavos de los medios y sus reglas económico - políticas de las que quiero hacer hincapié; es de los profesionales de la comunicación, esos que escriben para generar opinión pública; es para los especializados, los teóricos, es sobre ellos.
Son ellos el foco de esta crítica por un asunto, que ante mis ojos resulta paradójico, en donde los comunicadores escriben para comunicar pero no lo hacen.  Ocurre que muchos comunicadores especializados, de esos que han estudiado, leído y analizado por años, llenos de conceptos e ideas profundas, escriben textos para comunicar, pero sus ideas no son entendidas fácilmente.  No se trata de que no escriban bien, se trata del uso indiscriminado de términos pesados, necesarios y precisos pero poco 'afables' (amables, cómo diría mi profesora de gramática en la universidad: Alba Lucía Bustamante) con el lector.

No me refiero que los textos deban realizarse con los mismos términos de siempre, o que deban eliminarse gran parte de la abundancia del lenguaje español; pero si sería bueno replantearse quién es el verdadero foco y objetivo de nuestro mensaje.  Si somos comunicadores, si nuestra labor es comunicar, en últimas nuestro objetivo es trasmitir un mensaje con el menor 'ruido' posible; hacer que nuestro lector entienda lo suficiente nuestro escrito como para hablar de él, compártalo o no.

Los comunicadores deberíamos evitar hacer exactamente lo que he venido haciendo (he de reconocer que yo misma he caído en esto), escribir haciendo uso de la riqueza que la lectura me ha dado sin pensar en las personas que me leerán,... ¿Para quién escribo?... debería ser la primera pregunta que deberíamos hacernos.  Y ese para quién, debería ser la persona del común.  Dejemos los comunicadores de escribirles a otros comunicadores y escribámosles a los no lectores que es la sociedad mayoritaria y quienes en verdad necesitan de nuestras ideas.

Los comunicadores actuales deberíamos devolvernos al tiempo de los trovadores, buscar la forma más atractiva y fácil de difundir nuestras críticas para competir con la invasión de contenido, muchas veces vano y sin profundidad que atrae y cosifica (vuelve cosa) a las personas.  Empecemos por ahí, con la misma suavidad de un Reality show, para que luego ellos mismos, cambien el canal por sí mismos para acercarse a los términos especializados que tanto nos gustan a los que hemos pasado años estudiando para ser comunicadores.

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